miércoles, mayo 11, 2005

De vuelta!

Llegué!! Bueno, hace más de una semana que estoy de vuelta, pero sólo ahora he tenido tiempo y acceso a un computador como la gente (o por lo menos que funcione).
El viaje a Chiloé fue estupendo, cansador pero valió la pena. Estoy haciendo un álbum para mostrarles las fotos, ya les avisaré. Ahora acomódense, que la bitácora del viaje no es corta:

Santiago nos despidió haciendo todo el show posible: se largó a llover con truenos y relámpagos, sin haberle avisado ni a los meteorólogos (aunque creo que ellos jamás se enteran de nada). En los 500 metros que corrimos con mi papá desde el paradero hasta el terminal de buses, nos mojamos tanto que incluso pensé en ponerme mi traje destinado para terreno. El viaje de 14 horas lo hice junto a la doctora (Ceci) y dos biólogos ya egresados de otra universidad (Martín y Cristian). Lo mejor del camino fue sin duda el atravesar en barco hacia la Isla Grande de Chiloé. En Puerto Montt nos embarcamos con bus y todo hacia Ancud, en la isla; media hora de viaje, en donde subí a la proa junto a Cristian, buscando en vano algún Leonardo Di Caprio disponible. Luego de los 30 minutos sólo conseguí estar congelada hasta los huesos y con dolor de oído por el viento (a pesar que el día estaba como de verano), pero la vista era maravillosa: inmensas medusas brillaban bajo el mar, y muchos lobos marinos con complejo de delfín nos acompañaron durante todo el trayecto.
El día que llegamos fuimos a la Senda (“Senda Darwin”) para recoger lo que necesitaríamos, y luego fuimos a juntarnos con la Vivi, una dueña de casa chilota que ayuda a la Ceci cada vez que va a terreno. Después nos fuimos los cinco hacia los cerros arriba del Zancudo (camioneta 4x4 de tremendos neumáticos con la que hasta cruzamos un río) hasta una localidad llamada Melleico, cuya escuela básica consta con la no despreciable suma de ocho alumnos (sin incluir mascotas). La cabaña que nos acogería tenía al vecino más cercano en el siguiente cerro, y aunque la Ceci me dijo que no era un hotel cinco estrellas, creo que el calificativo de “cabaña habitable” ya le quedaba grande: no tenía luz (se habrían reído mucho de mí de haber llevado el alisador de pelo); no había baño, sino que letrina (traducción: un pozo séptico fuera de la cabaña, con gotera incluida); no había más agua que la obtenida a través de una manguera que venía de una vertiente cerro arriba y que llegaba hasta el lavaplatos; al llegar y abrir la puerta, ésta literalmente se nos cayó encima, y en la noche los ratones hacían tremendas fiestas en la cocina-comedor. Lo bueno es que la dueña de la cabaña había cambiado la cocina (estufa) a leña (que al parecer ya estaba mala) por otra que realmente calentaba.
Los siguientes días salíamos de la cabaña a las 9 y volvíamos como a las 16:30hrs, embarrados de pies a cabeza. Todo el día estábamos subiendo por cerros y quebradas hasta los lugares fijados para hacer los experimentos, incluso arrastrándonos como gusanos cuando los arbustos o troncos caídos no dejaban más de 60cm de espacio entre ellos y el suelo. Jamás pensé que el bosque sureño tuviera tanta similitud con el tropical: claro, por la humedad las enredaderas y lianas estaban por todos lados, y por suerte, porque muchas veces sólo de ellas dependió que yo no me sacara la cresta!! Afortunadamente las sanguijuelas eran de un tamaño más bien pequeño, y aunque tuve que defender mi sangre de un par de ellas, no lograron picarme. Pero ese verde intenso de la vegetación me deslumbró, cada día me enamoro más del sur de Chile, esos árboles de más de un metro de diámetro, sus troncos llenos de musgos y enredaderas que terminan en las formas más extrañas y colores más deslumbrantes...
Y me enamoré perdidamente de los chucaos (o “Chucky”, como les puso Martín), pajaritos gordos, de pecho naranjo y azul y curiosos en extremo, se nos acercaban y nos seguían para ver qué estábamos haciendo; además tienen un canto precioso.
Una de las cosas que más me complicó en terreno fue tratar de caminar con el barro hasta las rodillas, las botas se me quedaban pegadas y a ratos me tenía que sujetar de lo que fuera para no caer completita al barro, y claro, cuando debíamos subir y subir por más de una hora en esas condiciones, las raíces y lianas eran la salvación. De bajada era lo mismo, sólo que para mayor seguridad (y a veces por fuerza) la mayoría de las bajadas las hice sentada, perdiendo el poco “glamour” que todavía me quedaba :D
Me dio tanto gusto andar por ahí, donde nadie más (salvo los que han ayudado al proyecto) han estado, porque el sendero que utilizamos fue hecho hace un par de años por la Ceci y la Vivi a punta de machete. Ellas eran las guías, pues a ratos nadie imaginaba por qué parte continuaría el camino.

Luego, de vuelta en la cabaña, a secar la ropa en la cocina y a almorzar. Sí, porque si algo no faltaba era comida. Ahora sí me sentí como el mejor de los hobbits, pues el desayuno eran DOS desayunos de los normales: leche, yogurt, cereales, plátano, y luego té o café con pan, jamón, paté y huevos de campo revueltos. Y para el medio día llevábamos dos sandwich para cada uno con queso, jamón y tomate, además de galletas y chocolate, que por supuesto llevé yo. Cuando llegábamos todos ayudamos a la Vivi a cocinar (que cocinaba exquisito), y comimos salmón al horno, porotos, fideos, salchichas, papas, uf!, y unos platos que tuve que pedir fueran un poco más pequeños para mí, porque no era capaz de comer tanto.

Ahhh, y los detalles sabrosos: todos los días debimos luchar para tener agua en la casa, pues la manguera era desconectada de la vertiente por vacas, caballos, ovejas, zorros o chanchos, o había que parcharla porque ratoncitos hambrientos habían cambiado su dieta a plástico, o derechamente la llave se iba a huelga. Por la noche ya dije que los ratones hacían fiesta, y no negaré que me aterraba que a alguno le diera por ir a invitarme (además yo dormí en el suelo, junto a un hoyo en la pared que me daba una espléndida vista cerro abajo, y que era igualito a la puerta de la cueva donde Jerry se esconde de Tom). Y claro, no nos bañamos ni lavamos el pelo en una semana, porque nadie más que la Ceci se atrevió a meterse a un río con agua congelada a las 7 de la tarde del quinto día.
Los días por suerte no fueron tan lluviosos ni fríos, aunque el día en que viajé de vuelta a Santiago nos despertamos con un temporal que comenzó a las 3 de la mañana, y desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde tuve que recorrer todo Castro (pueblo de la isla desde donde salía el bus hacia Santiago) con temporal, para aprovechar de conocer y hacer hora hasta que mi bus saliera a las 15:45. Me vine sola porque Cristian viajó el día anterior y la Ceci con Martín se vinieron al día siguiente viendo la posibilidad de comprar un terreno para construir una cabaña “como la gente”, y dejar de arrendar la “covacha”, como fue bautizado nuestro refugio.
Y como ahora en Mayo deben ir de nuevo a Chiloé, ya estoy en la lista! Eso sí, al parecer arrendarán una cabaña en un pueblo cercano, con los servicios básicos y sólo a media hora más lejos del lugar de estudio.


PD: no me encontré con el Trauco (o por lo menos no que yo recuerde...), pero la covacha tenía un fantasma propio (el finado don Vitaliano) que nos dio muchos momentos entretenidos. Estamos en plena construcción de su leyenda a ver si algún día logramos hacerlo famoso, aunque su padre no se quedó atrás pues nos hizo jugarretas en pleno bosque, donde luego supimos que murió... uhuhuhhuhuhuhuhu!!!
PD2: mi mamá aún cree que tengo piojos en la cabeza. Es que más de una semana de vuelta en Santiago y todavía siento como si no me hubiera bañado en meses. Pero insisto, si me pica la cabeza es sólo por efecto psicológico.
Ya pueden descansar que he terminado. Recuerden moverse de a poco, que los calambres son muy desagradables...