sábado, septiembre 03, 2005

Ojos en el bosque

Durante nuestras excursiones por los bosques de Chiloé, es una LEY que siempre nos están siguiendo. Han llegado a la osadía de ponerse sobre nuestras botas y saltar entre nuestras mochilas cuando las dejamos en el suelo. Son bien gorditos, pero bastante rápidos también. Y siempre tienen hambre. Son los chucaos:







Hay pajarillos simpáticos, y éstos. Es que son un amor!!! Tienen un canto maravilloso y nos persiguen porque con nuestros pasos removemos el barro del suelo y quedan a la vista las apetitosas lombrices y una que otra sanguijuela (aunque estas últimas prefieren estar sobre nosotros…). Y sus colores… son toda una belleza estos chucaítos, como les decimos de cariño. Durante esta época andan peleadores entre ellos porque andan buscando pareja y, como las hembras son muy fijadas, los machos deben ser dueños de cierto territorio, de lo contrario sufren el desprecio de la dama y a esperar otro año se ha dicho.
Pero esta vez estuvimos aún más visitados. Un día en que nos separamos en dos grupos, la doctora fue con la Vivi a dos de los bosques, y con Cristian partimos a los otros tres que quedaban para el otro lado. Cristian acomodaba una de las trampas de hojarasca cuando yo, como siempre mirando embobada la belleza de ese bosque (es que es mi favorito), veo dos ojos muy negros, mirándonos con mucha curiosidad, y sin una pizca de temor. Le dije a Cristian: -“Mira, mira que bicho más lindo!”- y Cristian miraba las ramas que nos rodeaban, pensando en un insecto. Cuando ya le dije media ahogada que era un mamífero, vimos que no era uno sino dos quiques o chingues, preciosos! Estos bichitos son muy parecidos a los zorrillos, y también algo hediondos como ellos, pero son más parecidos a los mapaches, y con una piel preciosa. Cristian no fue lo suficientemente rápido con su cámara, pero pudimos ver cómo se apoyaban con dos patitas sobre los troncos caídos para poder obsevarnos mejor, y luego se alejaron jugando entre los árboles. Aquí se los presento:





Pero eso no es todo, porque el día en que nos veníamos, por la mañana fuimos a un lugar que yo no conocía: Guabún. Fue más de una hora en camioneta, luego 15 minutos de caminata por la orilla del mar, una hora y 15 minutos cruzando cerros a orillas del acantilado, atravesando praderas llenas de caballos chilotes y de vacas con sus crías, y cruzando varios ríos, hasta llegar a un bosque precioso. De vuelta, mientras bajábamos uno de los cerros, la Vivi que iba primero dice: -Ah, un pudú!
Los pudúes son uno de los animales más tímidos, menos comunes y más preciosos que existen. Apenas sí se dejó ver, porque su extrema timidez lo llevó a esconderse tras unos arbustos, por lo que sólo vi un par de ojos atentos y unas patas chiquititas. Son los ciervos más pequeños que hay, del tamaño de un cerdito.





No hace falta decir que yo jamás había visto a tales animales ni en el zoológico, y qué mejor que verlos en su ambiente natural. Todo un regalo!